Los Yolis después de las fotos de Olkar Ramírez

Los Yolis después de las fotos de Olkar Ramírez
La foto que más me gusta (Doris Night, Tino Tinto, Divina Gloria, Dennis Pannullo y Ben Gala)

sábado, 15 de mayo de 2010

Le Cirque (un yupi en apuros)


Por el 85 Donati (en adelante ÉL) pergreñó la revista Le Cirque. Yupi que fue mucho antes que se acuñara el término, dedicó el magazine a la fashioncracia y sus chimentos y la lanzó al mercado con una gráfica decididamente innovadora que resaltaba como una rosa negra en los puestos de diarios.
Dueño, editor, director y supremo de la publicación, organizó para presentarla la fiesta del año en New York City, reina entre las discos.
Junto con su novia Susana Romero (en adelante ELLA), una morocha infartante y simpatiquísima amiga de Tino, organizaron para la ocasión varias presentaciones que alegrarían a sus amigos en el transcurso de lo que debía ser una larga noche. En fin, una fiestonga privada gigantesca. Y nosotros el número vivo.

Llegamos como siempre, con los ruleros, la valija de make up (una samsonite gris con nuestro nombre y lunares amarillos pintados en aerosol) y toda la parafernalia de utilería y vestuario habituales para los tres o cuatro cuadros que presentaríamos.
La estrella de la noche era el famoso vestido de Violeta Rivas que me había costado el sueldo y que Tino finalmente estrenaría, para lo que convocamos al mismísimo modisto, el Maestro Garello por cualquier retoque que pudiera presentarse a última hora (un ruedo arrancado por un taco, un cierre despegado o un bretel suelto).

Hicimos la primer entrada y ni habíamos llegado a la mitad de la presentación cuando el mismísimo ËL, bastante beodo y risueño como buen terrateniente, se apersonó en el camarín anunciando con su acento de barrio norte que ya estaba bien: sus cortesanos no necesitaban más diversión.
En un gesto imposible para él, Tino, que estaba calzándose trabajosamente los tacos aguja, se incorporó y en medio del silencio sepulcral que había generado la declaración del susodicho lo enfrentó y bañándolo en sudor y saliva le espetó un “imposible”.
Yo, para no ser menos, le lancé el célebre “mis chicos hacen el show hasta el final”.
ÉL declinó la exigencia y se fue de nuevo a la fiesta, con la misma sonrisa pero la copa un poco más vacía.
Fuera de sí, en una rebelión histórica que ni Garello logró calmar, Tino se fue volando a buscarla a ELLA, arrastrándome como un barrilete entre los flashes de los fotógrafos desesperados por lograr una nota.
Las escaleras de la City parecían , iluminadas como estaban por la ansiedad de los periodistas, Saigón bajo fuego.
Escoltando al embravecido Tino atravesamos la multitud transida de efímera alegría hasta dar con ELLA, que increpada por la interrupción de nuestro acto mandó a algún chupamedias de paso a buscarlo a ÉL.
Pocos minutos después el chupamedias volvió sin Donati pero con un puñado de dólares nuevecitos que pagaban, plus tip, el interrumpido show en su totalidad. El magnánimo gesto calmó los ánimos por completo y combinamos un encuentro en dos días en las oficinas de la revista para charlar. Como lo valiente no quita lo cortés y más vale pájaro en mano, nos retiramos agradecidos, con un pocos menos de dignidad pero el bolsillo excepcionalmente lleno.

Puntualmente asistimos con Gloria a la cita (no fuera cosa que Tino se saliera nuevamente de las casillas). ÉL nos recibió en su magnífica oficina con vista a plaza San Martín y departimos amigablemente un buen rato, adulándonos los unos a los otros, y sin mayores novedades nos retiramos contentas por los halagos.
Pero todavía faltaba lo mejor.
A un pasito del ascensor que nos alejaría nuevamente de la paquetería, la secretaria del augusto nos chistó –Chicas, se olvidan algo-.
Reculamos esperando encontrar alguna peluca o un paraguas pero no.
Era el cheque con la paga del show (plus tip).
Donati, olvidadizo como todo hombre con tantas obligaciones, pagó doble.

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