Los Yolis después de las fotos de Olkar Ramírez

Los Yolis después de las fotos de Olkar Ramírez
La foto que más me gusta (Doris Night, Tino Tinto, Divina Gloria, Dennis Pannullo y Ben Gala)

viernes, 28 de mayo de 2010

Un paseo con Dorita Noche

                                                                                                                                 



La Filguiera y yo éramos uno de los equipos fuertes en la venta del show.
Aquella noche salimos seguros de que en esa disco seríamos bienvenidos. Disco gay: número ganador.
Llegados a la puerta del lugar nos topamos con la doble entrada.

La primera para los saludos informales y algunos roces. En la segunda estaban los porteros, encargados de separar el polvo de la paja y dejar bien claro que el local se reservaba el derecho de admisión y permanencia.

Ya en esta segunda aunque temprana etapa, la Filgueira desapareció delante de mí tragado por la gente, mientras un señor muy bien peinado me apartaba por el brazo de la intensa circulación de locas y me susurraba amable y definitivamente: -Como vos no permitimos-.

Me quedé ahí parada y ligeramente confundida mientras el señor bien peinado me seguía tironeando suavemente del brazo. Algunas ideas peregrinas cruzaban como ráfagas por mi cabeza ¿sería que tantos años de discriminación habían enloquecido a las maricas y se vengaban segregando a las mujeres?.

Tanto tardé en reaccionar (en no hacerlo en realidad) que la Filgueira tuvo tiempo de dejar por un momento los saludos y bienvenidas y volver sobre sus pasos, para encontrarme aún en aquélla segunda puerta de porteros.

Intercambiaron con el ya no tan amable y algo desesperado señor bien peinado unas palabras que no alcancé a oir al tiempo que una corriente invisible nos arrastraba a lo que resultó ser una amplia oficina a un costado de la pista.

Allí otro señor (tan amable, bien vestido y mejor peinado que el anterior y presentado como el gerente del local) fue el encargado de darme a entender, con palabras que mi furia me permitía captar a medias, que en esa disco los que no eran bienvenidos eran los travestis.
Lejos de iluminarme, los dichos del segundo señor me sumieron más aún en la ignorancia, y así siguieron pasando los minutos mientras digería lo que el hombre trataba de no decirme. (Yo separo, tú separas y terminamos todos revolcaos en un merengue).

Y se hizo la luz.

En la dimensión desconocida de la transexualidad, en el epítome de la androginia, comprendí lo que me estaban diciendo: EL TRAVESTI ERA YO.
Entonces el tiempo recobró su ritmo normal y las imágenes una secuencia lógica. La locura me había devuelto a mi terreno.

No dudé.

Rápida y decidida como un guerrero de la contracultura, en lugar de sacar una katana y descabezar a esa manga de sonsas de sonrisas fingidas, me abrí la camisa y mostré impúdicamente mis dos tetas de carne y hueso.

La exhibición no dejó lugar a dudas sobre mi sexo de nacimiento y toda la escena se detuvo para siempre mientras el señor mejor peinado me decía –Está bien, cerrate-.

Descartando de plano las disculpas de todos los presentes y con Mario desternillándose de risa, nos fuimos dignamente a la barra para dejarnos invitar unos bien merecidos tragos mientras evaluábamos las propuestas de contratación.
Desde entonces llevo con orgullo los motes que cualquier otra mujer rechazaría: puto, maricón y Doro, y que han sido parte de los cimientos de este mito del under que suscribe.

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