Los Yolis después de las fotos de Olkar Ramírez

Los Yolis después de las fotos de Olkar Ramírez
La foto que más me gusta (Doris Night, Tino Tinto, Divina Gloria, Dennis Pannullo y Ben Gala)

domingo, 22 de agosto de 2010

Los muchachos con la crisis

Silencio.
Dos locas de remeras ajustadas que delatan corpiños armados y puntiagudos, de polleritas tubo ajustadas largas hasta las rodillas, de tacos ruidosos y de cabezas envueltas en pañuelos de seda barata estridente que les ajustan los enormes ruleros, llegan del brazo al escenario.
Tienen sonrisas torcidas de lumpenaje antiguo clavadas en las bocas pintadas. Una lleva un cigarrillo encendido en la mano derecha. La otra, una percha con la camisa recién planchada del fiolo en la izquierda.
Se miran entre sí, entrecierran los ojos y sondean al público. Comentan sin ninguna intimidad, como hace la gente de barrio:
-Lucy-
-Beti-
-Mirá Lucy, ése es goi-
-No Beti, es gay-
-¡Hombre con hombre!-
-¡Mujer con mujer!-
-Y mirá allá, ¡un hombre y una mujer juntos!-
Con un estudiado promenade de danza clásica, siempre del brazo como paseaban las chicas de antes y haciendo volar la camisa y la ceniza del cigarrillo, arrancan a capella con el tango Los amores con la crisis. Cantan fuerte y claro, con un placer tan poderoso que enmudece al público. Las manos que buscaban los vasos se aquietan, las miradas se fijan en el escenario. Nadie quiere espantar el momento mágico.

El cuadro parece no haber empezado nunca y tampoco tiene final. El tango -en realidad una ranchera del año treintaycuatro- se diluye en un nuevo diálogo de barrio. Las chicas se bajan del escenario como llegaron: haciendo sonar los taquitos en las baldosas del piso del bar durante los veinte pasos que las separan del improvisado camarín en un depósito de bebidas y siguen comentando a viva voz. Se van como llegaron, con el cigarrillo y la camisa recién planchada.
Son una postal viva de la mujer porteña, esa mezcla rara de Tita Merello y Annie Lennox, un salto al vacío entre el empedrado y el asfalto, una belleza de camisón y pantuflas pero con la cara bien arreglada que siempre me despertó ideas sobre la extraña relación entre el varón porteño y su mamá.
Tampoco terminarán el último comentario.
Es que Batato llega al escenario ignorándolas y nervioso, muy nervioso. Cuenta la historia de un muchacho enfermo reflexionando sobre el origen de sus dolores. No sabe si el mal está en los pies o en la cabeza y su vida transcurre en eternas visitas al traumatólogo y al sicólogo, de Chacarita a Barracas, de Barracas a Chacarita…
Ya les cuento.

martes, 10 de agosto de 2010

Ésto no es Rithm & Blues


Lo conocí en ocasión de alquilar un departamento de un ambiente dividido del que era inquilino. La cita fue en el mismo departamento.
Charlamos un rato y mientras hablábamos observé columnas interminables de revistas de los ´50, y aunque más tarde me enteraría de que las revistas habían venido con la casa, el hombre, que siempre supo aprovechar las oportunidades, se dio aires de coleccionista.
Tomé un viejo ejemplar de Selecciones del Reader´s Digest (publicación que había acompañado con sus historias y copetes gran parte de mi infancia) y cuando lo abrí una firma en la primera página me llamó la atención: era la de mi madre. La vuelta al mundo había dado el dichoso librito, leído por mamá y comprado de segunda mano en alguna feria de usados décadas mas tarde por ÉL. Tomé el hallazgo (entre cientos de revistas desparramadas por todo el lugar me fui derechito a ésa, justo a ésa) como una señal pero no hice comentarios.
Sobre el departamento no hay mucho para decir, salvo que pasó ilegalmente a mis manos mediante un subarrendamiento y que tenía el inodoro tapado.

Estaba cantado: nos hicimos novios.
Aún con la intimidad que nos dieron los años (no fue un noviazgo breve) ÉL siempre conservó su postura de esfinge insondable, avalada y –quién sabe- tal vez originada por su tamaño un poco mamotrético: una persona tan visible tenía que hacer algo para pasar desapercibida.
Tenía algo de gurú en eso de mirar un poquito más arriba de los ojos pero debajo de las cejas, un airecito de meditador, de secretos inconfesables y conocimientos únicos, un algo que lo ponía al margen de la humanidad.
Pero era un hombre, y la dicotomía entre su postura y la realidad fue cortando sus lazos con el mundo bajo el peso de los años.
Me contó que era hijo adoptivo, y que sus padres adoptivos habían muerto cuando tenía dieciséis años. Un hombre sin pasado tallando una imagen en el presente, todo muy adecuado para la filosofía de los ochenta.
Yo le creí a medias –no sé porque algo me sonaba raro-, pero en todo caso y por si acaso no lo dije. Perderlo por una duda hubiera sido imperdonable.
ÉL trabajaba en una disquería y tenía grabada en casetes TDK la más imposible colección de música, sonidos inconfundibles y sin autor, ya que para mantener el misterio ËL no escribía nada en las cajitas. Y también tenía un reproductor, así que lo que le faltaba de sexi le sobraba por otro lado y para mí era suficiente. Creo que, además, lo quería.
Claro, acabó dedicándose a la música y grabó un disco poco exitoso pero casi de culto.

Alguien lo tomó bajo su ala y se transformó en su mecenas, con lo que paulatinamente pudo dejar de trabajar y de veras que después de muchas revisiones hizo ese disco precioso.
Fue este medio manager medio padre quien dijo un día refiriéndose a ÉL –La esquizofrenia es una enfermedad muy difícil-.

Del final, sólo recuerdo que empecé a alejarme y una noche se suscitó la escena de las tijeras.
Yo me iba y ÉL quería que me quedara, así que agarró unas tijeras y me dijo que si gritaba o hacía un movimiento me las clavaba ahí mismo. La toma de rehenes duró un par de horas, hasta que me hice de las tijeras con el pretexto de hacerle un lindo corte de pelo y pude salir del maldito apartamento temblando de miedo pero sana y salva. Salí del departamento y también de su vida para siempre: solamente crucé la puerta que cerré con suavidad y bajé las escaleras corriendo.

El tiempo, que todo lo cura y ennoblece, transcurrió como pudo hasta nuestros días.
La vida –insondable- me trajo hasta aquí y andaba hace unos días dando vueltas por la oficina cuando ví que un hombre me miraba fijamente. Lo hacía de un modo muy particular, un poco más arriba de los ojos y debajo de las cejas.
Un piso más arriba caí en la cuenta de que era Él.
Bajé al rato, todavía preguntándome cómo no me había saludado cuando lo ví otra vez y lo llamé con un grito por su nombre.
Pero Él pegó la media vuelta (…y se fue con el sol, cuando muere la tarde…) ignorándome y creo que esto es todo para siempre.

Como les decía, ver el sentido de la trama no es para humanos. Y vivirla para algunos, es mucho.