Los Yolis después de las fotos de Olkar Ramírez

Los Yolis después de las fotos de Olkar Ramírez
La foto que más me gusta (Doris Night, Tino Tinto, Divina Gloria, Dennis Pannullo y Ben Gala)

domingo, 25 de abril de 2010

Incendio en La China (Promediando la historia)




Nacido Daniel Horacio Pannullo y llamado amistosamente La China por sus gustos, eligió nombre de guerra Yoli Denis Panulo, acto del que hoy se arrepiente profundamente. Es nombre de peluquero, escribe en sus cartas mientras reparte el tiempo entre El Cairo y Madrid.
Yo lo recuerdo como la apoteosis del buen gusto, una señorita francesa criada en Pekín.
Y sigue escribiendo que era nada, cosa cabicha y olvidable y que aprendió siendo Yoli todo lo que sabe hoy.
Cómo llegó exactamente formar parte de Los Peinados Yoli es algo que permanece escondido en las cavernas de nuestras memorias, pero programas de la época declaran que (junto con Divina) llegó para reemplazar a Peter Pirello y Billy Boedo.
Lo que sí recuerdo perfectamente bien es que la llegada de Denis coincidió con mi mudanza a su casa.

Y la casa estaba en Villa Luro: dormitorios arriba, cocina y living abajo. Mi cuarto (arriba) estaba íntegramente decorado en plavinil rosa y objetos de plástico blancos, una concesión poco común a la coquetería que iba a costarme cara.

A una cuadra de allí el padre de La China trabajaba en una pizzería mamotrética y todos los días hacíamos nuestra peregrinación en busca del almuerzo, (generalmente una milanesa con papas fritas gomosas que quedaban a la espera de un momento verdaderamente voraz para ser aprovechadas), donación necesaria y aceptada de buena gana ya que éramos artistas y pobres. No sé si por lo de artistas o por lo de pobres, pero se nos escapaban detalles de la vida real como hacer la comida, y de pagar las cuentas ni hablar.
Así fue que finalmente nos cortaron el suministro de luz en el cotorro de Villa Luro, y La China se fue a pasar unos días a alguna parte con el pretexto de sobrellevar la ausencia de energía eléctrica, aunque sospecho que había también mucho de aliviar el peso de mi presencia (digamos que por aquél entonces yo no era precisamente una compañía fácil).

A la luz de la vela estaba yo en la cocina esa noche de invierno oscura como el carbón cuando sentí algo a mis espaldas. En ese segundo intenso se me pasó como una ráfaga la idea de que habían entrado a robar. Veloz como un ninja punk listo para dar batalla a las fuerzas del mal manoteé una cuchilla y me dí vuelta en posición de ataque sólo para perder la última esperanza: no estaba alucinando y por la escalera que daba a la planta alta a falta de amigos de lo ajeno asomaba una llamarada.
El destino había dispuesto hacerme pagar mi incursión en el diseño: la vela que había quedado en el escritorio (como dije cubierto de plástico rosa con vasos, platitos y peines de plástico blanco ) se había caído empujada por el aliento de Satán. Y como si no fuera suficiente con la decoración combustible en ese mismo escritorio estaba nuestra valiosa oficina de prensa: los aerosoles (tres: amarillo, rojo y negro) que usábamos para hacer las pintadas anunciando nuestros shows.

Apagar el incendio fue un milagro. Yo estaba preparada para una lucha cuerpo a cuerpo con algún inadaptado armado, pero de ninguna manera para enfrentar las llamas. Pensando más en que los aerosoles se habían llevado nuestra últimas monedas que en el peligro que representaban lo primero que hice fue alejarlos del fuego tirándolos escaleras abajo, salvando así con mi heroísmo la publicidad y el honor del grupo. Ahí nomás agarre la colchoneta donde dormitaba de vez en cuando y empecé a golpear las llamas, que ya empezaban a mezclarse con un humo negro y hediondo.
Como les decía: apagar el incendio con gomaespuma fue un milagro y la habitación fue clausurada casi para siempre.

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sábado, 24 de abril de 2010

El Encuentro


LOS COMIENZOS (Latidos del Corazón)


Era una noche cálida, cuando se iba el verano.
Bar La Opera, Corrientes y Callao.

Yo recién llegaba de un mini exilio que duró los últimos años oscuros. Me queda el recuerdo desvahido de jeans ajustados, musculosas blancas, jazmines y sonrisas nuevas.
Empezaba 1983.

Estábamos con Tino y de pronto entró él. Una melena larga roja y enrulada, el cuerpazo aniñado y esa mueca graciosa y tímida, con los labios un poco fruncidos y un poco desafiantes que no perdía ni cuando murmuraba con su ronquera eterna. Estamos hablando de Batato, claro, nacido Walter Barea y autonombrado Yoli como Willy Boedo.
Más rápido de lo que cae un rayo empezamos a ensayar en su casa, un departamento de dos ambientes en Once, e igual de rápido como nos sucedía casi todo, se incorporaron fugazmente Lucy Makeup y permanentemente Peter Pirello, que a falta de un espacio mejor, por el momento pasaba la música durante los ensayos.

Nuestra primera audición fue en lo de Fontova.
Lucy desapareció con un extraño malestar y Peter tomó su espacio. Y su vestuario y sus números: se hizo la gran señora que es.
Con el tiempo aprendimos que eso se llamaba transformismo, pero entonces no le dábamos demasiada importancia al género aunque nos divertíamos bastante con esos intercambios de sexo y el color especial que le daban a los números.
Íbamos como sin plan pero siguiendo un camino perfectamente trazado, comprenderíamos después.

La cuestión fue que el show a Fontova no le gustó, no era para su gente. Y otra vez en bolas ¿cómo se ofrecía un espectáculo?
Bueno, usamos la gran técnica Yoli de resolver sin más, aunque hubiera que inventar la rueda de nuevo. Maravilla de la naturaleza, bienvenida inocencia perdida, fe sin límites, candor extremo.
Buscábamos en los diarios las direcciones de los pubs, nos elegíamos algo del vestuario y ahí nomás ofrecíamos una muestra gratis.

Sólo unas peripecias más tarde llegamos a Taxi Concert (consagrado sin duda alguna como nuestro Nido) y se produjo el milagro: cuatro fechas para nosotros solitos. Vendimos las entradas de la primera a parientes y amigos. Con dos lámparas para autos por toda iluminación y cassettes grabados en casa de mis viejos por todo sonido, con empleados de correo en primera fila y padres y hermanos en la segunda, llenamos el boliche de gente y el corazón con aplausos que no eran de compromiso. Mucho no entendían, pero saltaba a la vista que había tanta alma en ése escenario de tres por dos que a nadie le importaba entender nada. Actores y público éramos puro entusiasmo, asombro y alegría.
Este es el enorme rinconcito de nuestro primer show: Latidos del Corazón.

lunes, 19 de abril de 2010

Lo de Bensignor (promediando la carrera)


Lo de Bensignor

A mediados de los 80 estábamos en nuestro apogeo.
Los cuadros salían como poroto e la chaucha y ya teníamos nuestros clásicos. Ah! La vida Yoli era una eterna gira por cuanto escenario se pudiera pisar.
Sábado de invierno: a presentarnos en lo de Matilde Bensignor, prima dona del Centro Cultural Recoleta, inaugurado con inmenso éxito hacía pocos meses. Ergo: la Mati estaba en el ojo del huracán cultural y nosotros en el de la contracultura. El encuentro seguramente no tendría desperdicio.
Llegamos amontonados en el auto de Laferte, con el baúl mal cerrado y lleno de guitarritas de plástico, cajas de pescar con makeup, pelucas, zapatos, micrófonos de mentira, mares de plástico azul y raquetas rosadas.
Nosotros, como siempre, con un look casual algo rotoso, la cara encremada y lista para maquillar y los ruleros.

Cuando dimos con la dirección indicada nos encontramos con un postal de Dinastía.
La Señora estaba al tope de la larga escalera que daba acceso a su mansión, recibiendo a sus invitados envuelta en un exquisito vestido largo de encaje negro y el negro pelo recogido en una flor roja como el odio.
Se trataba de una reunión íntima: quince personajes de diversas alcurnias pero todos con algún prócer en la familia y una consistente fortuna amasada por varias generaciones de cajetillas. Entre ellos se destacaba el en aquél entonces director del Teatro Colón, Don Chicho Madanes que nos miraba desde su sillón con el ojo medio cerrado, los bigotes bien peinados y las dos manos apoyadas en el bastón de mango de plata.

Al vernos llegar enm la nave, la Bensignor empezó a hacer gestos desesperados y fue inmediatamente asistida por uno de sus sirvientes. Así se nos despachó a la casa de huéspedes, camarín y cuchita de espera. La inefable Renata Schusseim se compadeció y nos hizo llevar unas bandejas de canapés y bebidas cola mientras aguardábamos el gran momento.
Se suponía que actuáramos en un pequeño hall que conectaba una de las cocinas con un living muy coqueto. Es decir: salíamos de la cocina. El sonido del evento estaba organizado en varios casettes que debían cambiarse según los números escritos en las cajas y la tarea la llevaría a cabo el gran Gus Panullo.
Era todo fácil y algo mecánico, salvo por un pequeño detallle.
Cuando salimos para el primer cuadro, un número de Rita Pavone, sonaba la música del cuadro español.
Era complicado salvar la situación a un metro de los figurones que nos miraban fumando sus habanos (tal vez escondidos detrás del humo), así que con sonrisitas de paso reculamos (otra vez a la cocina) con la esperanza de que la próxima entrada fuera un acierto. Tino tenía los ojos más grandes que nunca y Batato decía oooohhhhh. La China Panullo sacaba puñales por los ojos y estaba con ésa cara desfigurada que ponía cuando no decía nada porque la bronca lo enmudecía.
Pero la suerte se nos puso de culo otra vez y música y cuadro se desencontraron cuando Gustavito nuevamente erró la cinta.
Insistimos e insistimos (siempre con un cero por ciento de aciertos), hasta que la Gran Dama se plantó entre ella y su querido público chillando un sonoro “suficiente” que nos mandó definitivamente de vuelta a la casita de las visitas. Y de camino a la cuchita, una joya (según Tino el momento más memorable de la noche): las sonrisas còmplices y suspiros de apoyo del personal de cocina, con quienes compartimos el camarín y la deshonra (¿estarían contentos de que le arruináramos la velada a la buena de Matilde?).
La Panullo (Gustavo, claro) casi lloraba y yo por un pelo no la asesiné ahí mismo y con la mirada, sin privarme de gritos y denostes pero sin hacerle correr una lágrima, aunque las manos le temblaban notablemente y la tensión le había fruncido la boca de tal modo que parecía un ombligo.
Creo que ese día Gustavo se transformó definitivamente en esfinge.

Relegados nuevamente a huéspedes contratados pero indeseables y sin los canapés de consuelo otra vez apareció el esbirro a pagarnos puntualmente hasta la última moneda pactada.
Volvimos todos en silencio: la artistocracia nos había vuelto la cara y sus siervos nos habían palmeado la espalda.
Otra vez de Dinastía a Chacarita felices y algo culpables como niños después de una travesura.
Volveríamos a por más, pero ése es otro cuento.

jueves, 15 de abril de 2010

Batato por Tino


Tan él, tan clarito como que el que quiere celeste que mezcle azul y blanco. BAAATAAAATISIIIMOOOOOOOOOO!!!!!!

Desentramando (Presentación)

Vuelvo para mantener vivo este recuerdo enorme y poder dejar morir lo que ya no está.
Cuento con la memoria de los que estuvieron allí .Para algunos será difícil, créanme que me consta .
Pero si llegó la hora de dejar partir, que sea con una buena despedida (con bombos, pitos, matracas y serpentinas a lo Barea).
Y si es la hora de un nuevo comienzo, si la década se presenta con un nuevo amanecer démosle la bienvenida haciendo espacio,
Hagámoslo ahora que es otoño y veamos luego qué nos trae la primavera.
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ようこそ友だち!!


Un especial agradecimiento a TINO TINTO, colaborador perfecto, compañía y memoria viva.