Los Yolis después de las fotos de Olkar Ramírez

Los Yolis después de las fotos de Olkar Ramírez
La foto que más me gusta (Doris Night, Tino Tinto, Divina Gloria, Dennis Pannullo y Ben Gala)

lunes, 19 de abril de 2010

Lo de Bensignor (promediando la carrera)


Lo de Bensignor

A mediados de los 80 estábamos en nuestro apogeo.
Los cuadros salían como poroto e la chaucha y ya teníamos nuestros clásicos. Ah! La vida Yoli era una eterna gira por cuanto escenario se pudiera pisar.
Sábado de invierno: a presentarnos en lo de Matilde Bensignor, prima dona del Centro Cultural Recoleta, inaugurado con inmenso éxito hacía pocos meses. Ergo: la Mati estaba en el ojo del huracán cultural y nosotros en el de la contracultura. El encuentro seguramente no tendría desperdicio.
Llegamos amontonados en el auto de Laferte, con el baúl mal cerrado y lleno de guitarritas de plástico, cajas de pescar con makeup, pelucas, zapatos, micrófonos de mentira, mares de plástico azul y raquetas rosadas.
Nosotros, como siempre, con un look casual algo rotoso, la cara encremada y lista para maquillar y los ruleros.

Cuando dimos con la dirección indicada nos encontramos con un postal de Dinastía.
La Señora estaba al tope de la larga escalera que daba acceso a su mansión, recibiendo a sus invitados envuelta en un exquisito vestido largo de encaje negro y el negro pelo recogido en una flor roja como el odio.
Se trataba de una reunión íntima: quince personajes de diversas alcurnias pero todos con algún prócer en la familia y una consistente fortuna amasada por varias generaciones de cajetillas. Entre ellos se destacaba el en aquél entonces director del Teatro Colón, Don Chicho Madanes que nos miraba desde su sillón con el ojo medio cerrado, los bigotes bien peinados y las dos manos apoyadas en el bastón de mango de plata.

Al vernos llegar enm la nave, la Bensignor empezó a hacer gestos desesperados y fue inmediatamente asistida por uno de sus sirvientes. Así se nos despachó a la casa de huéspedes, camarín y cuchita de espera. La inefable Renata Schusseim se compadeció y nos hizo llevar unas bandejas de canapés y bebidas cola mientras aguardábamos el gran momento.
Se suponía que actuáramos en un pequeño hall que conectaba una de las cocinas con un living muy coqueto. Es decir: salíamos de la cocina. El sonido del evento estaba organizado en varios casettes que debían cambiarse según los números escritos en las cajas y la tarea la llevaría a cabo el gran Gus Panullo.
Era todo fácil y algo mecánico, salvo por un pequeño detallle.
Cuando salimos para el primer cuadro, un número de Rita Pavone, sonaba la música del cuadro español.
Era complicado salvar la situación a un metro de los figurones que nos miraban fumando sus habanos (tal vez escondidos detrás del humo), así que con sonrisitas de paso reculamos (otra vez a la cocina) con la esperanza de que la próxima entrada fuera un acierto. Tino tenía los ojos más grandes que nunca y Batato decía oooohhhhh. La China Panullo sacaba puñales por los ojos y estaba con ésa cara desfigurada que ponía cuando no decía nada porque la bronca lo enmudecía.
Pero la suerte se nos puso de culo otra vez y música y cuadro se desencontraron cuando Gustavito nuevamente erró la cinta.
Insistimos e insistimos (siempre con un cero por ciento de aciertos), hasta que la Gran Dama se plantó entre ella y su querido público chillando un sonoro “suficiente” que nos mandó definitivamente de vuelta a la casita de las visitas. Y de camino a la cuchita, una joya (según Tino el momento más memorable de la noche): las sonrisas còmplices y suspiros de apoyo del personal de cocina, con quienes compartimos el camarín y la deshonra (¿estarían contentos de que le arruináramos la velada a la buena de Matilde?).
La Panullo (Gustavo, claro) casi lloraba y yo por un pelo no la asesiné ahí mismo y con la mirada, sin privarme de gritos y denostes pero sin hacerle correr una lágrima, aunque las manos le temblaban notablemente y la tensión le había fruncido la boca de tal modo que parecía un ombligo.
Creo que ese día Gustavo se transformó definitivamente en esfinge.

Relegados nuevamente a huéspedes contratados pero indeseables y sin los canapés de consuelo otra vez apareció el esbirro a pagarnos puntualmente hasta la última moneda pactada.
Volvimos todos en silencio: la artistocracia nos había vuelto la cara y sus siervos nos habían palmeado la espalda.
Otra vez de Dinastía a Chacarita felices y algo culpables como niños después de una travesura.
Volveríamos a por más, pero ése es otro cuento.

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