Los Yolis después de las fotos de Olkar Ramírez

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sábado, 1 de mayo de 2010

BATATO: un regalo de Sergio Fombona (GRACIAS!!)


Aguafuertes de los ochentasCentro Parakultural Capital Federal, 1986El Parakultural funcionaba en la calle Venezuela, en el sótano de un edificio que se venía abajo, donde anteriormente había habido un teatro que se llamaba De la cortada, porque justo al frente, como en la intersección de una te mayúscula, nace el pasaje 5 de Julio, que consta sólo de una cuadra. Recuerdo que la primera vez que fui era sábado y estábamos junto a unos amigos tomando cerveza en la puerta antes de entrar, cuando vemos venir a un personaje corpulento, que parecía el novio travestido escapado de una despedida de soltero, acarreando un bolso enorme. Llevaba puesto vestido de novia con voladizo tul blanco que le quedaba ceñido, repitiendo el arreglo de tul en la cabeza y aros en forma de bolita que casi le llegaban hasta los hombros. Se había bajado de algún colectivo en la calle Piedras y venía caminando apurado para hacer su función esa noche, supe después. ¿Y este quién es?, se me ocurrió preguntar en voz alta; mis amigos no tenían ni idea. Pero un punk que también bebía, aunque vino envasado en cartón sobre la calle de adoquines, luciendo una cresta bien conservada, me ladró: Batato Barea, como si insultara, y al verlo pasar al lado nuestro por la corta vereda, me enteré que lo conocían casi todos los que se encontraban en los alrededores haciendo tiempo o colocándose para entrar. Batato Barea, repetí mentalmente. Justo me rozó sin querer con el bolso, por eso noté su expresión de sorpresa: era como si al devolver los saludos recuperara esa alegría que se pierde en la niñez. Descubrí que el escote dejaba ver el nacimiento de sus pechos, la boca roja con pintura corrida, aquellos párpados borroneados de negro. Algunos le palmeaban la espalda, otros le daban besos, él simplemente se brindaba a su público. Más tarde, mis amigos y yo cruzamos el portón negro, previo a sacar las entradas en la boletería enrejada que era atendida por una simpática morocha. Dentro de aquel antro desbordante de juventud anárquica, con paredes pintadas de azul y atravesado por molestas columnas, baños hediondos y barra al fondo pegada al cuartito usado como camarín, donde arriba, en la parte delantera, se pasaba música, todo era un acontecimiento. Cuando Batato salió al pequeño escenario mal iluminado, que estaba junto a la escalera de acceso, vestido como lo habíamos visto venir y empezó a declamar poesías de Alejandra Pizarnik, Delmira Agustini, Marosa Di Giorgio o Néstor Perlongher entre otros (autores que conocí gracias a su divulgación), como sólo él sabía hacerlo, no volaba una mosca. Sergio Fombona

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