HOMENAJE A BATATO (Discurso de egresada de Los Peinados Yoli, Ave Porco, junio 24, 1984)
Ya se escribió y se dijo tanto sobre él que poco puedo agregar.
Nació Walter Barea, fue el Yoli Billy Boedo y se transformó en el Batato que todos conocemos.
En 1985 se le hizo un homenaje en Ave Porco Porco (años antes una pensión regenteada por un judío de Europa del este de oficio sastre donde viví de jovencita) y decidí que ése sería mi fiesta de egresados de Los Peinados Yoli.
Me calcé un guardapolvo blanco de papel crepe y nariz de payaso. Peiné la caída cresta de gallo y leí mi discurso como una desprolija alumna de cuadro de honor al que hoy día no tengo nada que agregar y que culminó (a pedido mío) con una atronador sonido de silbatos y matracas.
Discurso de egresada de Los Peinados Yoli, Ave Porco, junio 24, 1985.
No se escriben de él rimbombancias como fabuloso o magnífico. No se le conocen pactos ni apoyo a causas públicas, salvo las perdidas por tradición.
Como actor, se le perdona más que a nadie que su vida y el teatro fueran para él lo mismo, así que no figuran en ninguna biografía sus porqués ni porcuántos.
Como hombre era un actor extraño, poco risueño y con unas preciosas tetitas de siliconas talle noventa de sostén, que me mostró orgulloso entre bambalinas (tocá, tocá, me decía). Esa noche repartieron forros entre el público y fue la última vez que lo ví con vida. Lo mató un sida pocas semanas después. A él, que no quiso hablar de su enfermedad, lo mató eso que por los ochenta llamábamos en broma la peste rosa. Fue entonces que su ronquera se fijó en mi memoria para siempre, pero siempre repitiendo la misma frase: vas a llegar, Dorita, vas a llegar.
Compartimos, sin saberlo hasta mucho después, un amante, remarcador de precios de supermercado al que los dos conocimos en el abasto.
Y yo sigo sin saber cuál era. Hasta muerto me asombró, cuando ví su ataúd de virgen de pueblo, lleno de cachivaches de acrílico, corazones de purpurina, peluches, cintitas, puntillas, satenes, versos, fotos y troqueles, y él completamente muertito, vestido de seda y asistido por una corte de travestis que lo maquillaban como a un faraón. Hasta un budista cantando un namyohorengekyo había en el velorio. Y auque los muertos nunca se pàrecen a sí mismo en vida, Walter era el mismo Billy Boedo Batato Walter Barea..
Y yo, sigo sin saber cuál era, así que elijo creer que era todos, un ratito cada uno y un ratito para cada uno. Me tocó el pelirrojo afónico y aniñado, con más de pueblo chico infierno grande que de gran ciudad.
Puso su casa, su talento, sus conocimientos, sus palitos, disfraces, monólogos, sábanas, músicas, narices de plástico, collares de cuentas, toda su pulsión de vida y, además, su suerte: el azar lo tenía por favorito. La Yoli de los Peinados fue invento de él. Los Peinados son parte de otra historia.
Chau Pibe, hasta la vista. Tengo algunas lágrimas todavía, pero en tu memoria (y para que sigas sin perder el estilo) en lugar de un minuto de silencio pido para vos un minuto de bochinche.
Ya se escribió y se dijo tanto sobre él que poco puedo agregar.
Nació Walter Barea, fue el Yoli Billy Boedo y se transformó en el Batato que todos conocemos.
En 1985 se le hizo un homenaje en Ave Porco Porco (años antes una pensión regenteada por un judío de Europa del este de oficio sastre donde viví de jovencita) y decidí que ése sería mi fiesta de egresados de Los Peinados Yoli.
Me calcé un guardapolvo blanco de papel crepe y nariz de payaso. Peiné la caída cresta de gallo y leí mi discurso como una desprolija alumna de cuadro de honor al que hoy día no tengo nada que agregar y que culminó (a pedido mío) con una atronador sonido de silbatos y matracas.
Discurso de egresada de Los Peinados Yoli, Ave Porco, junio 24, 1985.
No se escriben de él rimbombancias como fabuloso o magnífico. No se le conocen pactos ni apoyo a causas públicas, salvo las perdidas por tradición.
Como actor, se le perdona más que a nadie que su vida y el teatro fueran para él lo mismo, así que no figuran en ninguna biografía sus porqués ni porcuántos.
Como hombre era un actor extraño, poco risueño y con unas preciosas tetitas de siliconas talle noventa de sostén, que me mostró orgulloso entre bambalinas (tocá, tocá, me decía). Esa noche repartieron forros entre el público y fue la última vez que lo ví con vida. Lo mató un sida pocas semanas después. A él, que no quiso hablar de su enfermedad, lo mató eso que por los ochenta llamábamos en broma la peste rosa. Fue entonces que su ronquera se fijó en mi memoria para siempre, pero siempre repitiendo la misma frase: vas a llegar, Dorita, vas a llegar.
Compartimos, sin saberlo hasta mucho después, un amante, remarcador de precios de supermercado al que los dos conocimos en el abasto.
Y yo sigo sin saber cuál era. Hasta muerto me asombró, cuando ví su ataúd de virgen de pueblo, lleno de cachivaches de acrílico, corazones de purpurina, peluches, cintitas, puntillas, satenes, versos, fotos y troqueles, y él completamente muertito, vestido de seda y asistido por una corte de travestis que lo maquillaban como a un faraón. Hasta un budista cantando un namyohorengekyo había en el velorio. Y auque los muertos nunca se pàrecen a sí mismo en vida, Walter era el mismo Billy Boedo Batato Walter Barea..
Y yo, sigo sin saber cuál era, así que elijo creer que era todos, un ratito cada uno y un ratito para cada uno. Me tocó el pelirrojo afónico y aniñado, con más de pueblo chico infierno grande que de gran ciudad.
Puso su casa, su talento, sus conocimientos, sus palitos, disfraces, monólogos, sábanas, músicas, narices de plástico, collares de cuentas, toda su pulsión de vida y, además, su suerte: el azar lo tenía por favorito. La Yoli de los Peinados fue invento de él. Los Peinados son parte de otra historia.
Chau Pibe, hasta la vista. Tengo algunas lágrimas todavía, pero en tu memoria (y para que sigas sin perder el estilo) en lugar de un minuto de silencio pido para vos un minuto de bochinche.
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