Los Yolis después de las fotos de Olkar Ramírez

Los Yolis después de las fotos de Olkar Ramírez
La foto que más me gusta (Doris Night, Tino Tinto, Divina Gloria, Dennis Pannullo y Ben Gala)

viernes, 28 de mayo de 2010

Un paseo con Dorita Noche

                                                                                                                                 



La Filguiera y yo éramos uno de los equipos fuertes en la venta del show.
Aquella noche salimos seguros de que en esa disco seríamos bienvenidos. Disco gay: número ganador.
Llegados a la puerta del lugar nos topamos con la doble entrada.

La primera para los saludos informales y algunos roces. En la segunda estaban los porteros, encargados de separar el polvo de la paja y dejar bien claro que el local se reservaba el derecho de admisión y permanencia.

Ya en esta segunda aunque temprana etapa, la Filgueira desapareció delante de mí tragado por la gente, mientras un señor muy bien peinado me apartaba por el brazo de la intensa circulación de locas y me susurraba amable y definitivamente: -Como vos no permitimos-.

Me quedé ahí parada y ligeramente confundida mientras el señor bien peinado me seguía tironeando suavemente del brazo. Algunas ideas peregrinas cruzaban como ráfagas por mi cabeza ¿sería que tantos años de discriminación habían enloquecido a las maricas y se vengaban segregando a las mujeres?.

Tanto tardé en reaccionar (en no hacerlo en realidad) que la Filgueira tuvo tiempo de dejar por un momento los saludos y bienvenidas y volver sobre sus pasos, para encontrarme aún en aquélla segunda puerta de porteros.

Intercambiaron con el ya no tan amable y algo desesperado señor bien peinado unas palabras que no alcancé a oir al tiempo que una corriente invisible nos arrastraba a lo que resultó ser una amplia oficina a un costado de la pista.

Allí otro señor (tan amable, bien vestido y mejor peinado que el anterior y presentado como el gerente del local) fue el encargado de darme a entender, con palabras que mi furia me permitía captar a medias, que en esa disco los que no eran bienvenidos eran los travestis.
Lejos de iluminarme, los dichos del segundo señor me sumieron más aún en la ignorancia, y así siguieron pasando los minutos mientras digería lo que el hombre trataba de no decirme. (Yo separo, tú separas y terminamos todos revolcaos en un merengue).

Y se hizo la luz.

En la dimensión desconocida de la transexualidad, en el epítome de la androginia, comprendí lo que me estaban diciendo: EL TRAVESTI ERA YO.
Entonces el tiempo recobró su ritmo normal y las imágenes una secuencia lógica. La locura me había devuelto a mi terreno.

No dudé.

Rápida y decidida como un guerrero de la contracultura, en lugar de sacar una katana y descabezar a esa manga de sonsas de sonrisas fingidas, me abrí la camisa y mostré impúdicamente mis dos tetas de carne y hueso.

La exhibición no dejó lugar a dudas sobre mi sexo de nacimiento y toda la escena se detuvo para siempre mientras el señor mejor peinado me decía –Está bien, cerrate-.

Descartando de plano las disculpas de todos los presentes y con Mario desternillándose de risa, nos fuimos dignamente a la barra para dejarnos invitar unos bien merecidos tragos mientras evaluábamos las propuestas de contratación.
Desde entonces llevo con orgullo los motes que cualquier otra mujer rechazaría: puto, maricón y Doro, y que han sido parte de los cimientos de este mito del under que suscribe.

viernes, 21 de mayo de 2010

La nota de Roberto Jauregui (material cedido por Tino Tinto)


Homenaje a Roberto Jauregui (texto de Tino y Doris)

Tino y Roberto Jáuregui se conocieron luego de alguna función de varieté, en el escueto circuito gay y artístico de la Buenos Aires de los 80, el mismo circuito donde algún tiempo después Roberto presentaría su banda teatral THE PLAYBACK PLASTIC SHOW. Hacía una Marilyn morocha que terminaba muerta de un tiro . Una delicia para la época, cuando todos querían marilines blondas, sonrientes y con el vestido blanco volando al pasar el subte.

El transcurso del tiempo los igualó en una amistad que sólo rompería la muerte.
Entre sus notas periodísticas y militancia, Roberto se hacía tiempo para trabajar atendiendo un local de ropa sexysado en Santa Fé y Pueyrredón, donde muchas tardes Tino lo lo visitaba entre medio de ensayos, notas y pruebas de ropa y charlaban de teatro y “locuras nuestras”.
Y los sábados ¡ahh, los sábados! se hacía tiempo para recibir en el cotorrito de Barrio Norte a Tino y a Batato en yunta con comilonas célebres por el alimento y la poesía que circulaban.
Tan unidos andaban estos tres que el Tino y Roberto fueron los primeros en llegar al velorio de Batato, y fieles a la vieja costumbre arrastraron a visitantes hoy famosos (famosos de la tele) a una nueva comilona, ésta vez en un restaurante y para recordar al finado.

Pero de todas las facetas de Jáuregui, la que Tino más recuerda es la del hombre de lucha, un ser completamente humano con una sensibilidad única y una misión bien clara.
Fue el primero en confesar, nada menos que en un almuerzo de Mirta Legrand y frente a toda la teleaudiencia que tenia hiv.
Destapar la olla, lejos de de condenarlo un esperable ostracismo lo puso más activo que nunca, y continuó incansable con su lucha por los derechos gay a través de la CHA, para la que Tino y Karina K hicieron un show en Palladium.

Pero como a mí me gusta recordar a la gente por su vida, les dejo la nota que Roberto escribió para nosotros, Los Peinados Yoli, documentándonos por primera vez en una publicación.

martes, 18 de mayo de 2010

Experimet (un show muy rockabilly)


Vinieron a contratarnos, y luego apareció un muchachito aparaguayado para organizar el show (que fue MARAVILLOSO). Insistía e insistía en que la puerta de la disco estaría ambientada con un "candilay". Nosotros nos hacíamos los entendidos.
La entrada de la disco era un... Cadillac.

sábado, 15 de mayo de 2010

El desembarco galo (Pura ficción. Cualquier similitud con hechos reales es mera coincidencia -¿o no?-)


Nadie se explicará jamás los motivos que impulsaron a los galos Michelix y Jeanfrancingentorix a atravesar el peligroso océano para venir a este páramo cultural cuando el proceso seguía su curso y travestirse era prohibido por ley con una cláusula antiputo conocida como 2H.
Unos dicen que amigos poderosos los apoyaban, otros que habían tejido maliciosas redes con altos productores y fuertes alianzas con ricos artistas exiliados, y no faltó quien los acusara de relaciones carnales con algun diplomático de turno. En cualquiera de los casos, y reconociendo que todos los motivos suenan en el fondo bastante parecidos, la antiquísima institución del mecenazgo les cayó como anillo al dedo y llegaron a estas pampas quemando las naves.

Ese era el principio del fin de cualquier movimiento teatral local nonato que coincidiera en algún aspecto con las obras que éstos artistas foráneos representaban.
La técnica milenaria de los extranjeros, heredada por sangre luego de cien generaciones de conquistadores, fue tan simple como siempre lo había sido y tuvo el mismo éxito que siempre había tenido: divide y reinarás. Y si no puedes derrotarlos, alíate.

Los Peinados Yoli no debimos ser víctimas de esta conspiración. Pero hacíamos playback. Pero nos travestíamos. Pero estábamos surgiendo con mucha bulla en el horizonte teatral. Pero nosotros nos reíamos de sus caviares con nuestro “Crepúsculos de Salmón”. Pero estábamos jodidos.

Es que era tan adorable ver a los franceses y su corte entre nuestro público cuando venían a los pubs luego de sus propias funciones, que no nos dimos cuenta de que por ahí se venía la noche. El sistema, que no había podido silenciarnos, nos había atacado con un arma de última generación. Era el principio del fin y muy, muy al principio.

Michel Delhaye y Jean Fracasanovas se pelearon tibiamente por todos y cada uno de nosotros durante un largo año.
Con la única excepción de Gloria, que ya era portadora de fama individual, Fracasanovas (un talento mayúsculo, un ego inabordable, una femineidad inalcanzable) fue más paciente y ganó la contienda peleando las batallas de a una.
Aunque tuvo que ponernos en el cartel como LOS PEINADOS YOLI en la presentación de Piano Bar, nunca más cedería un milímetro de terreno. El estratega dispuso que a partir de entonces seríamos caviar o nada y sin seudónimos Yoli. Debíamos figurar en los programas con nombres reales, pero saludar al público con peluca.

Alegría tras alegría todos partiríamos del lado del europeo y la alarma de control de daños sonó con diferente intensidad en cada caso
Él francés vive y nosotros, los que sobrevivimos (no a él sino a nosotros mismos) también. Los diplomáticos han fallecido junto a los muertos.

Le Cirque (un yupi en apuros)


Por el 85 Donati (en adelante ÉL) pergreñó la revista Le Cirque. Yupi que fue mucho antes que se acuñara el término, dedicó el magazine a la fashioncracia y sus chimentos y la lanzó al mercado con una gráfica decididamente innovadora que resaltaba como una rosa negra en los puestos de diarios.
Dueño, editor, director y supremo de la publicación, organizó para presentarla la fiesta del año en New York City, reina entre las discos.
Junto con su novia Susana Romero (en adelante ELLA), una morocha infartante y simpatiquísima amiga de Tino, organizaron para la ocasión varias presentaciones que alegrarían a sus amigos en el transcurso de lo que debía ser una larga noche. En fin, una fiestonga privada gigantesca. Y nosotros el número vivo.

Llegamos como siempre, con los ruleros, la valija de make up (una samsonite gris con nuestro nombre y lunares amarillos pintados en aerosol) y toda la parafernalia de utilería y vestuario habituales para los tres o cuatro cuadros que presentaríamos.
La estrella de la noche era el famoso vestido de Violeta Rivas que me había costado el sueldo y que Tino finalmente estrenaría, para lo que convocamos al mismísimo modisto, el Maestro Garello por cualquier retoque que pudiera presentarse a última hora (un ruedo arrancado por un taco, un cierre despegado o un bretel suelto).

Hicimos la primer entrada y ni habíamos llegado a la mitad de la presentación cuando el mismísimo ËL, bastante beodo y risueño como buen terrateniente, se apersonó en el camarín anunciando con su acento de barrio norte que ya estaba bien: sus cortesanos no necesitaban más diversión.
En un gesto imposible para él, Tino, que estaba calzándose trabajosamente los tacos aguja, se incorporó y en medio del silencio sepulcral que había generado la declaración del susodicho lo enfrentó y bañándolo en sudor y saliva le espetó un “imposible”.
Yo, para no ser menos, le lancé el célebre “mis chicos hacen el show hasta el final”.
ÉL declinó la exigencia y se fue de nuevo a la fiesta, con la misma sonrisa pero la copa un poco más vacía.
Fuera de sí, en una rebelión histórica que ni Garello logró calmar, Tino se fue volando a buscarla a ELLA, arrastrándome como un barrilete entre los flashes de los fotógrafos desesperados por lograr una nota.
Las escaleras de la City parecían , iluminadas como estaban por la ansiedad de los periodistas, Saigón bajo fuego.
Escoltando al embravecido Tino atravesamos la multitud transida de efímera alegría hasta dar con ELLA, que increpada por la interrupción de nuestro acto mandó a algún chupamedias de paso a buscarlo a ÉL.
Pocos minutos después el chupamedias volvió sin Donati pero con un puñado de dólares nuevecitos que pagaban, plus tip, el interrumpido show en su totalidad. El magnánimo gesto calmó los ánimos por completo y combinamos un encuentro en dos días en las oficinas de la revista para charlar. Como lo valiente no quita lo cortés y más vale pájaro en mano, nos retiramos agradecidos, con un pocos menos de dignidad pero el bolsillo excepcionalmente lleno.

Puntualmente asistimos con Gloria a la cita (no fuera cosa que Tino se saliera nuevamente de las casillas). ÉL nos recibió en su magnífica oficina con vista a plaza San Martín y departimos amigablemente un buen rato, adulándonos los unos a los otros, y sin mayores novedades nos retiramos contentas por los halagos.
Pero todavía faltaba lo mejor.
A un pasito del ascensor que nos alejaría nuevamente de la paquetería, la secretaria del augusto nos chistó –Chicas, se olvidan algo-.
Reculamos esperando encontrar alguna peluca o un paraguas pero no.
Era el cheque con la paga del show (plus tip).
Donati, olvidadizo como todo hombre con tantas obligaciones, pagó doble.

lunes, 10 de mayo de 2010

Casi ángeles


Foto tomada en la terraza del Centro Cultural Recoleta tal vez en el 85. Imagen cedida por Tino. Y (como bien recuerda Tino en una entrada anónima -siempre fue modesto-) la foto es de Jorge Fama.

domingo, 9 de mayo de 2010

Tino Tinto (un budista en acción)


Producto de cruza mágica entre un tucumano de pelo azabache liso como una mármol y una española pequeñita con los ojos del color del cielo de primavera, paseó su belleza gastando tacos y borcegos ( como dice él) por todo escenario y bambalina que quisieran recibirlo. Tino no le hace ascos a nada: como actor, como bailarín, como silencioso asistente o como director, mientras que esté en el teatro es feliz (una cosa por año, sigue comentando).

Oriundo y aún ciudadano de Gerly (Fernando Arrosho Ashende Aveshaneda, le decíamos arrastrando la ye), de su fidelidad al barrio habla a las claras la ocasión en que el muchacho debía salir de gira con famoso elenco: el hado le lanzó una lluvia tan furibunda que su localidad quedó aislada por primera vez en la historia tras la inundación. El joven debió cruzar su querido puente que aún fotografía con cariño a pie, con el agua por las rodillas y la valija sobre la cabeza. Llegó tarde al vuelo pero con tan buena suerte (siempre que llovió paró) que su avión llegó a destino antes que el del resto, lo que significó para él instalarse en sus habitaciones cómodamente y disfrutar de la paz de la soledad antes de la llegada de un dicharachero pero a veces demasiado bullicioso elenco.

Siempre el más coqueto de los Yoli , aún hoy se retoca el cabello impecablemente cortado y se alisa la ropa que parece recién estrenada antes de una foto.
Fue esta coquetería innata la que ocasionó nuestra única disputa allá por el 83.
Estábamos montando un cuadro de Violeta Rivas que Tino protagonizaba y llegó el momento de que el morocho se agenciara su primer vestido. Dado que él nunca se ha puesto ni un calzón sin planchar, no se le ocurrió proveerse de la prenda en cuestión en algún arcón olvidado, ni por donación o feria de pulgas. Tampoco lo tomó permanentemente prestado del ropero de Maruja (su madre).
No , nada de eso: Tino se mandó a hacer el vestido en crepe georgette de tonalidades celestes y verdes que tan bien engamabann con su mirada, con deliciosos botoncitos forrados y ojales cosidos a mano, cintura alta y espalda descubierta, cortado a la medida y probado hasta la perfección por el maestro de la costura Garello , y se apareció con la cuenta pendiente de pago ante la producción, olvidando el detalle de que esa producción era mi escueto sueldo de empleada pública.
Armóse entonces un tremebundo tole tole en el que nadie sabía por quién tomar parte (al fin y al cabo el vestido era divino), y ni los insultos ni el llanto provenientes de mi incansable bocaza y que ensayé sin éxito ante el elenco todo lo conmovieron.
Al final y como siempre ganó su voluntad inquebrantable (y el voto unánime del grupo): en cuotas, pero la deuda fue oblada hasta el último céntimo y el magnífico trapo estrenado con grandes aplausos.

Es (como se define a sí mismo) mi hermano del arte. Paciente y permanente como una especie aún no descubierta, de un gusto extrañamente exquisito, sólo en el confío con los ojos cerrados y el corazón abierto, si él lo dice no miro, ni me fijo ni evalúo.

Y yo, aunque parezca mentira, siempre fui dirigida por el Maestro de la Inacción, el Gran Tino Tinto, a quien nunca me atreví a preguntarle el secreto de su nombre ¿porqué Tinotinto, Fer, porqué?

viernes, 7 de mayo de 2010

The Very Beginnig (material de Tino)


Las piernas de Peter, el mirá mirá de Billy (Batato), la mirada de río de Tino y al fondo yo como quien no quiere la cosa (más tarde aprendería a posar)

Foto de sesión seguramente de Olkar Ramírez cedida por Tino.

jueves, 6 de mayo de 2010

Primer Crítica (Pelo, circa 1983)


Yo trabajaba en el Correo Central como clasificadore manual de correspondencia (delantal celeste, taquitos aguja, cresta y bicicleta incluídos).
Ese sábado gris y frío Tino me llama para anunciarme la aparición de la nota: salir corriendo a comprar la revista y lágrimas de emoción. El cielo se hizo Yoli.

martes, 4 de mayo de 2010

SHALOM GLOWCITA (te quiero mucho, te voy a matar)


Inversamente proporcional, tan pequeña con su metro cuarenta de estatura como gigante en su talento llegó a Los Peinados Yoli con sus propias aspiraciones y su camino marcado: ella quería ser famosa.

Nacida Marta Gloria Handfus, nieta de la gran actriz judía Bela Ariel, marcó su impronta a fuego, no tanto por los aportes creativos cuanto por el carácter y los tonos que nos impondría. Mujer fiel a su imagen, la recuerdo más como imagen que como mujer.
Era una rubia ceniza enormemente diminuta, con panza camisa y divina nariz judía, atributos ambos que la tele le borró por razones de cartel.
Esa vocecita deliciosa y atractiva cantaba y declamaba porque en los 80 ser cantante era lo más cercano a la fama que se podía imaginar. Pero el tiempo transmutó los cánones de la fama y le dio, como ya vieron , nuevas ideas que le cambiaron (aunque no tanto) el rumbo.
Madre del “cabicha” para definir lo mínimo y pobre, del “puto” espetado con una ronca risa como un halago mayor, del tono arrastrado de madre moishe para hablar, tenía cuando la conocí un departamento de casada en Caballito lleno de supermanes de todo tipo, libros con fotos de cine, objetos con el logo de coca, marylines, bogarts, globos, ceniceros y cuanta imaginería sesentosa se pueda imaginar. Su casa era una salita de juegos y ella era el almohadón rosa de peluche más acogedor y peligroso de la salita.

Y lo nuestro fue un amor odio inmediato y eterno.
Saltábamos de andar a cococho por Chacarita (ella a upa mío, obviamente) a la tardecita en los descansos del ensayo a arrancarnos los ojos con discusiones de lenguas tan afiladas que dejaban a los muchachos malheridos y agotados de tanto puterío insano.
Ësta es la verdad de la milanesa y el gran secreto de nuestra disputa, sólo la miseria de los celos femeninos, dos mujeres poderosas enfrentadas por nada: yo nunca sería una cantante famosa y ella nunca sería la madre de Los Peinados Yoli. Un poco de sentido común nos hubiera ahorrado esta separación o le hubiera dado, al menos, un buen fundamento.

Ya distanciadas sin embargo, tuvimos un roce impersonal en el que nunca la nombré pero le dediqué directa y certeramente un golpe samurai de ésos que cortan siete cuerpos apilados de un sablazo y del que no me arrepiento. Reuní el devastado ejército, cerré filas, arengué a las tropas y publiqué todas la gacetillas que pude: no le permitiría, a ella ni a nadie, usar el nombre de los Yoli en vano y sin consultar.

Fuera de estos detalles escandalosos, Gloria habló de sí muy claramente a través de su carrera: de Pepito Cibrián a los Yoli, de allí a cantante de rock (con mucho brillo), sin más a la troupe de señoritas Olmedo y por fin el hoy (con algunos otros pasos de rockanroll), cuando transita orgullosa por los tangos en idish, haciendo honor a sus orígenes.

Déjenme hablarles de enorme placer que era estar con ella en el escenario, recuerdo miles de miradas y sonrisas arrobadas.
Tanta era la gloria (válgame la redundancia) de trabajar con ella que en el show que hicimos un 31 de diciembre en El Murciélago, me sorprendí en medio de un orgasmo al bajar del escenario.

Y ahora es que recuerdo el porqué de su nombre.
Un día Marito Filgueiras, encantado con alguna gracia de la petisa le espetó la mariconada “¡Ay, sos divina, Gloria!”. Ella eligió el Divina. Yo le dedico la Gloria.

sábado, 1 de mayo de 2010

BATATO: un regalo de Sergio Fombona (GRACIAS!!)


Aguafuertes de los ochentasCentro Parakultural Capital Federal, 1986El Parakultural funcionaba en la calle Venezuela, en el sótano de un edificio que se venía abajo, donde anteriormente había habido un teatro que se llamaba De la cortada, porque justo al frente, como en la intersección de una te mayúscula, nace el pasaje 5 de Julio, que consta sólo de una cuadra. Recuerdo que la primera vez que fui era sábado y estábamos junto a unos amigos tomando cerveza en la puerta antes de entrar, cuando vemos venir a un personaje corpulento, que parecía el novio travestido escapado de una despedida de soltero, acarreando un bolso enorme. Llevaba puesto vestido de novia con voladizo tul blanco que le quedaba ceñido, repitiendo el arreglo de tul en la cabeza y aros en forma de bolita que casi le llegaban hasta los hombros. Se había bajado de algún colectivo en la calle Piedras y venía caminando apurado para hacer su función esa noche, supe después. ¿Y este quién es?, se me ocurrió preguntar en voz alta; mis amigos no tenían ni idea. Pero un punk que también bebía, aunque vino envasado en cartón sobre la calle de adoquines, luciendo una cresta bien conservada, me ladró: Batato Barea, como si insultara, y al verlo pasar al lado nuestro por la corta vereda, me enteré que lo conocían casi todos los que se encontraban en los alrededores haciendo tiempo o colocándose para entrar. Batato Barea, repetí mentalmente. Justo me rozó sin querer con el bolso, por eso noté su expresión de sorpresa: era como si al devolver los saludos recuperara esa alegría que se pierde en la niñez. Descubrí que el escote dejaba ver el nacimiento de sus pechos, la boca roja con pintura corrida, aquellos párpados borroneados de negro. Algunos le palmeaban la espalda, otros le daban besos, él simplemente se brindaba a su público. Más tarde, mis amigos y yo cruzamos el portón negro, previo a sacar las entradas en la boletería enrejada que era atendida por una simpática morocha. Dentro de aquel antro desbordante de juventud anárquica, con paredes pintadas de azul y atravesado por molestas columnas, baños hediondos y barra al fondo pegada al cuartito usado como camarín, donde arriba, en la parte delantera, se pasaba música, todo era un acontecimiento. Cuando Batato salió al pequeño escenario mal iluminado, que estaba junto a la escalera de acceso, vestido como lo habíamos visto venir y empezó a declamar poesías de Alejandra Pizarnik, Delmira Agustini, Marosa Di Giorgio o Néstor Perlongher entre otros (autores que conocí gracias a su divulgación), como sólo él sabía hacerlo, no volaba una mosca. Sergio Fombona

HOMENAJE A BATATO (Discurso de egresada de Los Peinados Yoli, Ave Porco, junio 24, 1984)

Ya se escribió y se dijo tanto sobre él que poco puedo agregar.
Nació Walter Barea, fue el Yoli Billy Boedo y se transformó en el Batato que todos conocemos.
En 1985 se le hizo un homenaje en Ave Porco Porco (años antes una pensión regenteada por un judío de Europa del este de oficio sastre donde viví de jovencita) y decidí que ése sería mi fiesta de egresados de Los Peinados Yoli.
Me calcé un guardapolvo blanco de papel crepe y nariz de payaso. Peiné la caída cresta de gallo y leí mi discurso como una desprolija alumna de cuadro de honor al que hoy día no tengo nada que agregar y que culminó (a pedido mío) con una atronador sonido de silbatos y matracas.


Discurso de egresada de Los Peinados Yoli, Ave Porco, junio 24, 1985.

No se escriben de él rimbombancias como fabuloso o magnífico. No se le conocen pactos ni apoyo a causas públicas, salvo las perdidas por tradición.
Como actor, se le perdona más que a nadie que su vida y el teatro fueran para él lo mismo, así que no figuran en ninguna biografía sus porqués ni porcuántos.
Como hombre era un actor extraño, poco risueño y con unas preciosas tetitas de siliconas talle noventa de sostén, que me mostró orgulloso entre bambalinas (tocá, tocá, me decía). Esa noche repartieron forros entre el público y fue la última vez que lo ví con vida. Lo mató un sida pocas semanas después. A él, que no quiso hablar de su enfermedad, lo mató eso que por los ochenta llamábamos en broma la peste rosa. Fue entonces que su ronquera se fijó en mi memoria para siempre, pero siempre repitiendo la misma frase: vas a llegar, Dorita, vas a llegar.
Compartimos, sin saberlo hasta mucho después, un amante, remarcador de precios de supermercado al que los dos conocimos en el abasto.
Y yo sigo sin saber cuál era. Hasta muerto me asombró, cuando ví su ataúd de virgen de pueblo, lleno de cachivaches de acrílico, corazones de purpurina, peluches, cintitas, puntillas, satenes, versos, fotos y troqueles, y él completamente muertito, vestido de seda y asistido por una corte de travestis que lo maquillaban como a un faraón. Hasta un budista cantando un namyohorengekyo había en el velorio. Y auque los muertos nunca se pàrecen a sí mismo en vida, Walter era el mismo Billy Boedo Batato Walter Barea..
Y yo, sigo sin saber cuál era, así que elijo creer que era todos, un ratito cada uno y un ratito para cada uno. Me tocó el pelirrojo afónico y aniñado, con más de pueblo chico infierno grande que de gran ciudad.
Puso su casa, su talento, sus conocimientos, sus palitos, disfraces, monólogos, sábanas, músicas, narices de plástico, collares de cuentas, toda su pulsión de vida y, además, su suerte: el azar lo tenía por favorito. La Yoli de los Peinados fue invento de él. Los Peinados son parte de otra historia.
Chau Pibe, hasta la vista. Tengo algunas lágrimas todavía, pero en tu memoria (y para que sigas sin perder el estilo) en lugar de un minuto de silencio pido para vos un minuto de bochinche.

Algo más sobre "El Nombre" (Revista "Libre", memoria refrescada por Tino Tinto).

EL NOMBRE (preestreno)


Listos para presentarnos al mundo (y tal vez un poco bastante antes) debíamos elegir el nombre que portaríamos como un estandarte de la modernidad, nuestro escudo de armas, el título que todos recordarían por tiempos inmemoriales, la bandera que enarbolaríamos en cada batalla.
La cuestión, aunque fuera de mucho peso y digna de largas consideraciones, se dirimió a lo Yoli: cada uno puso el nombre de su elección escrito de puño y letra y con la misma birome bic roja en una hoja de carpeta cortada en equitativos pedacitos dentro de un sombrero, y seríamos bautizados con el que saliera por azar.
Casi todos apuntamos a algo sofisticado y, en lo posible, posmoderno, que nos señalara como la punta de lanza de un movimiento artístico único e internacional.
Sin embargo, el destino sacó el papelito desprolijamente doblado que decía:

“LOS PEINADOS YOLI”.

El “casi” se llamó Batato y marcó la diferencia, redefiniendo el glamour con este apelativo que nos colocaba en algún punto entre Tita Merello y Annie Lennox .
El muchacho, oriundo de Rojas, había recordado a la Yoli de su infancia en el pueblo, una maestra gorda que tenía por costumbre besarse fogosa e imperativamente con su frágil novio en la plaza del centro a la vista de quien quisiera enterarse de que ella también tenía de donde agarrarse.
La imagen bizarra había quedado grabada a fuego en la retorcida cabecita del colorado, que la celebró bautizándonos sin querer para siempre.
Lo de los peinados no sé si venía a cuento de algún estilismo de la maestrita, pero nos hicimos cargo empezando a lucir cortes de pelo cuanto más raros mejor, costumbre que casi me cuesta una oreja en un corte casero que me hizo Any, con tijeras profesionales y poca habilidad para diferenciar carne de pelo.

Seguramente tuvimos algún síntoma de rebelión ante semejante bautismo(todavía hoy me preguntan si éramos peluqueros) pero al final nadie se atrevió a refutar lo que la suerte había dictado: seríamos sin lugar a dudas LOS PEINADOS YOLI .